¡Hay que salir de la caverna! ¡Hay que buscar la verdad!
Hablar de la verdad es lidiar con uno de los conceptos más difíciles de procesar para el occidente del siglo XXI. No es ningún secreto que bajo las banderas de la “inclusión” y la “tolerancia” poco a poco se ha ido desdibujando la comprensión de lo que se puede entender por verdadero; y no solo eso, sino que, atreverse a buscar la verdad de las cosas, se ha comenzado a ver como una falta de respeto a la diversidad y al “progreso” de la humanidad.
¿Pero qué es esto que llamamos la verdad? ¿Y por qué su búsqueda puede llegar a ser considerada como una falta de respeto en estos días?
De modo simple, habría que comenzar por decir que la verdad es aquello que es. Esto nos llevaría, como consecuencia, a afirmar que lo que no es puede ser considerado como lo falso, cuando es causado por la ignorancia de afirmar algo erróneo sobre la realidad; o como mentira cuando se oculta voluntariamente un conocimiento verdadero de lo que son las cosas.
Claramente la resolución a uno de los temas más importantes en la historia de la filosofía –el de la verdad–, no puede resolverse en tan pocas líneas. Pero para abordar este tema con mayor profundidad, es necesario llevar a cabo un estudio más especializado que pueda denotar las múltiples aristas que resultan al tratar el tema de lo verdadero; y este no es el espacio para hacerlo. Sin embargo, cabe destacar que la dificultad de comprender hoy lo verdadero, no solamente se debe a la amplitud del contenido a discernir, sino también –y principalmente– se debe a la condición intelectual de nuestro siglo.
No es un secreto que la filosofía es la disciplina que anhela el saber. Su definición tradicional, basada en su etimología como “amor a la sabiduría,” siempre direcciono su quehacer a esta intención: saber, conocer. Sin embargo, la situación actual de la filosofía descansa sobre la más grande calamidad se ha autoimpuesto la humanidad: la posverdad, o el “razonamiento” que niega la verdad. Hoy por hoy, la gran mayoría de los que se hacen llamar “expertos” en la materia, los filósofos que ocupan espacios en la academia, esos profesores que imparten los estudios filosóficos a las nuevas generaciones son quienes a su vez promueven esta actitud de la posverdad. La corrosividad de esta calamidad es tan fuerte que ha llegado a afectar hasta a las ultimas defensas de lo verdadero: a los maestros de las religiones reveladas. Pero esto ultimo es tema para otro momento. Por lo pronto, y para poder comprender la confusión de nuestros tiempos, hay que recalcar que la mayoría de nuestros “filósofos” (o los que tienen mayor poder de influencia), ya no viven impulsados por el amor a la sabiduría, pues para ellos “saber” es una palabra simbólica. Estos profesores viven llenando el internet de “papers” que hablan de todo y de nada, puesto que al final, no se puede saber nada, ya que la verdad no existe, y saber, es conocer algo cierto.
Sabiduría, es conocer y vivir basado en las verdades de lo conocible. Pero si no hay verdad, ¿qué es la filosofía entonces?
La imposibilidad de buscar la sabiduría ha mutilado las capacidades de la filosofía, encerrando a dichos intelectuales en un circulo vicioso donde se pretende buscar algo que no se anhela encontrar. Para nuestro siglo, mucha de la filosofía generada por mano de estos “expertos” se hace en un ambiente de mero simulacro. Generalmente, el filosofar de hoy, si se le puede llamar así, pervive en un recreo de la razón.
No obstante, la filosofía no puede ser tal sin estar basada en el amor por conocer lo verdadero. Platón entendía muy bien esto cuando intento ilustrar a sus lectores con el famoso mito de la caverna. En este explicaba cómo es que el ser humano vive encadenado a ver sombras, y no puede comenzar su camino hacia la verdad al menos de que sea liberado. Y es este recorrer, desde su liberación, hasta reconocer lo que esta mas allá de la caverna en la que vive, es el camino del filosofo que conoce la verdad.[1] Desde esta analogía, podríamos reconocer que, en nuestros días, la postura contemporánea de la no existencia de la verdad es aquella que encadena la razón de occidente, y la cual no permite que la filosofía vuelva a florecer. Sin el reconocimiento de que se puede conocer lo verdadero, le es imposible a la persona reconocer el error o la mentira, quedando de este modo a la deriva de una vida sin brújula, ni parámetros de ningún tipo. En otras palabras, sin la verdad el ser humano vive sin sentido.
Ahora bien, quien quiera que haga una reflexión simple, pero con honestidad entenderá que nadie vive como si no hubiera ya ciertas verdades elementales para la vida diaria. Todos reconocemos un orden en la realidad y elementos de verdad en ella. Por ejemplo, todos sabemos que, hasta la persona más renuente a creer en la verdad, utiliza la puerta para salir y entrar a su casa, y no así la pared o la ventana; y hasta el papá, quien se identifica en contra de la existencia de la verdad, jamás pensaría que si su hijo pone su mano sobre el fuego pudiera ser que no se quemase. En cambio, este padre, sabe que, si lo hace, se quemara, y por ello, se lo advierte; tampoco es que haya algún profesor que, aunque se promulgue en posición contraria a la verdad, vaya a tener su taza de café llena y piense que, si la voltea, exista la posibilidad de que no se derrame. Todos reconocemos un orden objetivo en el mundo que habitamos, y lo conocemos en mayor o menor manera. Todos habitamos en la verdad.
Cuando reconocemos ese orden, que es visible al llamado sentido común, y decimos que actuar en base a el es que habitamos en la verdad, entendemos que es un a realidad que nos es común a todos. El filósofo de la antigüedad, Heráclito, estaría de acuerdo con esta afirmación, y él la explicaría hablando de su famoso Logos, el cual, para él, era el principio de todas las cosas existentes y lo que les daba ordenamiento. Heráclito diría que “conviene seguir lo que es general a todos, es decir, lo común; pues lo que es general a todos es lo común.” Y, sin embargo, en este mismo contexto el afirmaría que “aun siendo el logos general a todos, muchos viven como si tuvieran una inteligencia propia particular.”[2] La situación actual del intelecto en occidente se encuentra en la segunda idea, mientras nosotros desde esta reflexión, intentamos mantenernos en la primera.
El ejercicio filosófico se caracteriza por la búsqueda de la verdad fundamentada en aquello que nos es común a todos: la realidad. Sera verdadero un pensamiento que corresponde al ser de la realidad, y no lo será aquello que le sea inadecuado. La filosofía, como un amor por la sabiduría, se caracteriza por el esfuerzo racional de desvelar ser; de encontrar lo verdadero en la realidad. Por ello, hablar de la verdad, también es hablar de su búsqueda. No se puede comprender la primera sin hacerse consciente de que su entendimiento es un proceso al cual, el ser humano, por ser racional, lo anhela inevitablemente. Como decía Aristóteles: “todos los hombres por naturaleza desean saber.”[3]
Es por la verdad que podemos comunicarnos y dialogar. La verdad hace posible que podamos entender la realidad común y es desde esta relación que nace nuestro lenguaje. Hoy por hoy, con la negación de la verdad, las personas se aíslan inevitablemente en el subjetivismo. Esto bloquea un diálogo real, puesto que no hay un punto de referencia objetivo para discernir posturas. Ante la imposibilidad de encontrar una verdad fuera de la perspectiva personal, quien desee conservar su postura como la más válida, no le quedará otra solución que imponerla por la fuerza. Por ello se puede afirmar que el olvido, o el ocultamiento, de la verdad es el origen de las guerras. Y no como contrariamente se pretende enseñar en muchas universidades atribuyéndole esta causa a la búsqueda por la verdad.
Esta actitud a favor de la posverdad, si se tomara en con profunda honestidad, la que imposibilitaría la tolerancia y la inclusión, puesto que no existiría ningún tipo de acceso a un espacio común para las partes en conflicto. En cambio, cuando la realidad común se puede conocer, es decir, hay un acceso a la verdad, es cuando podemos reconocer los elementos veraces en las posturas disidentes. De este modo se puede dialogar sobre errores y verdades, y hacerlas ver a la luz, sin tener que imponer a nadie nada. En todo caso, la realidad es la que se impone a sí misma indiscutiblemente, independientemente de nuestros sentimientos.
Antes de terminar, es importante resaltar que, sin la posibilidad de conocer la verdad, seria imposible la lucha por causas justas, ya que no habría realmente algo tal como lo justo. Situaciones tan básicas como la esclavitud, o un genocidio, se enmarcarían tan solo en una cuestión de mera opinión, pero no realmente como algo que pudiera ser juzgado como bueno o malo. Sin la verdad no habría modo de hablar de libertad, derechos, dignidad, respeto, o cualquier cosa que nos es deseable en lo individual y social. En otras palabras, solo habría caos y nadie tendría nada que decir ante ello.
Es por todo esto, que se puede decir con firmeza, que cuando el ser humano se convence de que dicho conocimiento, dicha verdad, no existe, queda varado en la realidad sin poder comunicarse, sin poder entender el por qué busca sin querer encontrar nada. La búsqueda no tiene sentido, puesto que no hay nada fuera de la caverna. Occidente sin la verdad, se vuelve esquizofrénica. Por un lado, anhelando el saber la verdad, mientras que por otro niega que exista. Poco a poco, una salud intelectual así, tendera a destruirse a sí misma, como ya muchos síntomas sociales comienzan a demostrarlo.
¡Hay que volver a hacer filosofía! ¡Hay que volver a la búsqueda por la verdad!
[1] Platón, República VII, 514a-517a
[2] DK 22 A 16, B 2
[3] Aristóteles, Metafísica I, 1, 980a21.
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